Si usted alguna vez se preguntó que sienten los campesinos
en Colombia cuando llega la guerrilla a llevarse uno o más de sus hijos.
Si usted alguna vez se preguntó que sienten los padres al
recibir los cadáveres de sus hijos como héroes de la patria.
Eso señores y señoras se llama miedo, el mismo miedo que
muchos de ustedes sintieron en las últimas horas y madrugada del sábado 23 de noviembre. Miedo a ser lastimados, a que sean heridos
sus seres queridos, a perder lo que con esfuerzo han cosechado.
La mejor estrategia que utiliza el terrorismo es inyectar
miedo, salvaje y barato miedo. No puedo
negar que suceden situaciones violentas en Bogotá, Cali y otras ciudades del país
en los últimos días, pero tampoco puedo creer que más de media Bogotá reportara
casos de intentos de asalto a hogares, tampoco puedo creer que de un momento a
otro los migrantes venezolanos se organizaran de tal forma que intentaran
violentar nuestras viviendas, fueron como un millón de vándalos los que por
todos los barrios de la capital nos intentaron asesinar.
No sé ustedes, pero algo grande siento está sucediendo en
nuestro país, algo histórico, nunca antes vivido en mis cuarenta y tantos años
de ilusa libertad. Estamos rompiendo la polarización
de los últimos años, nuestro maldito enemigo se unió a nosotros, para
protegernos juntos en la madrugada de ayer.
Y no fue la selección Colombia la que nos volvió a mostrar tan
similares, idénticos y con este sentimiento de patria que vale más.
Gracias a Dios el estado y sus fuerzas militares nos
salvaron de morir acribillados en nuestras camas, o eso espero que no piensen
los que por casualidad lean esta pequeña reflexión que surge sin haber dormido,
acostumbrarme a un palo como arma mortal y estar haciendo rondas con mis
vecinos al perímetro de mi conjunto residencial, durante toda la noche, con la única
finalidad de darnos seguridad.
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