El Jardin
Capítulo 3
Su banca ya estaba vacía, no encontré sus ojos, su manera de
sentar, no había nada más. Algo en mí no
se sintió tan normal, sin pensar ubique su puesto, me senté en esa banca vacía,
un poco desconcertado debo aclarar.
Mire los arboles a mi alrededor, me sentí nuevamente solo y
no entendí en ese momento porque esa extraña sensación de vacío que recorrió mi
cuerpo. Con un extraño impulso mire al
suelo, como distorsionado repase mi peinado y puede ver ese pequeño libro,
estaba debajo de la banca, estaba esperando mi llegada, con esas letras en
negro que decían R.V.
Inmediatamente lo tome y me sentí jactado, me sentí retado,
me pregunte, porque esta mujer de azules brillantes ojos lo habría dejado. Me sentí seguro, era un mensaje para mí, era
mi devenir, era mi legado.
Tome en mis manos el pequeño libro, repase las primeras
hojas, busque indicaciones de mi desgano, quería saber algo más, pero nada encontré
a parte de las letras que ya había leído en mis primeros años privado de mi
libertad, ya sabía su contenido, solo buscaba las pistas que me harían volver a
encontrarla.
Como casi todos mis días, volví al piso húmedo y alquilado
que desde hacía algunos años me dejaba descansar y me evitaba tener que pensar
en donde podía despertar. Siempre ese
olor, entre tranquilo y disperso, entre lleno y simplemente de paso. Decidí por primera vez serrar las ventanas,
para alejarme del ruido de la calle principal y así poder concentrarme en
analizar mi última extraña situación, con el recuerdo de esos azules cielo
temibles ojos.
Tome el pequeño libro con el error en su burda diagramación
y decidí revisar con mayor detenimiento cada una de sus hojas, con la sorpresa
de encontrarme con un pálido sello, una librería cercana que pocas veces
visitaba, pero que sabía dónde se encontraba ubicada.
Encontré un numero de referencia, lo que me pareció extraño,
ese tipo de formas de codificación son utilizadas por librerías públicas y
universitarias. Pero en mí no hubo más
que ganas de investigar, de saber más.
Tome mi segunda ducha, por eso de intentar iniciar
nuevamente el día, debía reunirme en pocas horas con mi editor de textos, que
cada vez más frecuentemente era el encargado de darme las malas noticias y
quien me dejaba sin dinero cada fin de mes.
Así que ese extraño día decidí faltar a la cita y dedicar las horas para averiguar sobre esos códigos, ese indeleble pero efímero
sello que encontré casi a mitad del pequeño libro conocido.