El Jardín
CAPITULO 1
CAPITULO 1
Recuerdo,
Esa mañana desperté con algo diferente, una inexplicable sensación
de bienestar, como si la alegría por fin hubiera decidido tocar a mi puerta y
de forma insistente se hiciera pasar. Desperté
tan desigual, que me propuse ducharme y afeitarme luego de varias semanas de
olvidar mi imagen en el espejo.
Decidí salir como todas las mañanas al jardín, pero sentía que
esta vez era diferente, deseaba oler las rosas y contemplar las margaritas, que
por esa época abrían sus retoños. El jardín
se encontraba tan solo a unas calles de mi piso, no hacía falta caminar mucho y
estaba muy bien cuidado, sus caminos eran limpios, sus plantas florecían según la
estación, en realidad era de las pocas cosas que podía no criticar de la
municipalidad, ahora que lo pienso, tal vez por eso sentía que lo disfrutaba.
La entrada al jardín era sencilla, pero me parecía hermosa,
si así se le pueden llamar a sus rejas altas, corroídas por el tiempo y la
lluvia, ese metal entre oscuro, brillante, naranja. Siempre me gustaba iniciar el recorrido por
el final, donde menos bancas encontraba y también donde estaba seguro tendría que
saludar a pocos visitantes, con mi “sonrisa” practicada una y otra vez.
Ese día me pareció buena idea romper con mi rutina e iniciar
el recorrido hacia las flores de la forma recomendada, por el camino que
llamaban “el de la izquierda” y que se encontraba más cerca del invernadero.
A los pocos pasos fue inevitable repetir una y otra vez mi
sonrisa de mañana, pero por raro que me pareciera, ese día no me molesto más de
lo habitual. A la distancia de unos
cuantos metros ya pude divisar el techo del invernadero, era una pequeña cúpula
de cristal, no tan limpia, pero que me anunciaba que ya pronto podría deleitarme
con la elegancia de esas margaritas que solo hoy deseaba contemplar.
Seguí mi marcha, apresure un poco el paso, ya me sentía en
el lugar. Pero, la vi. Sentada en una de las tantas bancas del
lugar, fumando un cigarrillo y leyendo un libro que parecía edición de
bolsillo. Su forma de estar me pareció
diferente, podría asegurar que hasta sensual, entrecruzaba sus piernas, con su mano
izquierda sosteniendo el pequeño libro y en la otra ese cigarrillo, que destilaba un
aroma tan familiar, lo puede percibir, tan detestable a la vez. Decidí reducir el paso, con la única intención
de aspirar un poco más del humo y de pronto recordar las veces en que fumaba y
fumaba sin detenerme, me di cuenta que ya debían ser más de 15 meses sin
fumar.
Cuando me acerque, ella y mi curiosidad no me
dejaron opción, trate de observar la portada del pequeño libro y vaya sorpresa
para mí, estaba al revés, ¿Qué? Me pregunte, pero pude entender entre mi andar
desprevenido y mis ganas de pasar desapercibido las iniciales en tinta negra y
muy grandes para esa pequeña hoja “R.V.” y en imprenta el nombre Charles Bukowski.
Mi anterior ¿Qué? Se acompañó
inmediatamente de WoW, que interesante que esta chica lea a Bukowski, y más aún
que pueda leerlo al revés. Sin dudarlo salió
de mi boca y sin advertencia una carcajada bastante prepotente y casi al
instante me vi obligado a llevarme la mano a mis labios para contener mi burla
descontrolada.
Como era de esperarse, ella me
miro, recuerdo que su ceja derecha rompió el equilibrio de su rostro y sus ojos
azules brillaron con tal intensidad que mi risa se desvaneció automáticamente. Me vi obligado a girar la cabeza y seguir en
la línea del camino de ladrillo que recorría.
Un par de pasos pude dar solamente y escuche su voz: “oye tú…
el de la risa intrépida”.
Me detuve, mi cuerpo giro para estar en perfecta diagonal
con su cuerpo y otra vez esos ojos resplandecientes y azules, como robados de un
letrero nocturno me miraron. Estúpidamente
respondí ¿yo?, como si estuviera lleno el jardín de hombres que se rieran
frente a su banca.
Ella consciente de mi
estupidez cambio la posición de su ceja, para igualarlas y darle sombra a sus
azules e iluminados ojos. En ese momento
y a la velocidad de la luz pensé, “idiota, mejor respuesta tendrías si te
encontraran durmiendo ebrio en las escaleras de un convento”. Y le dije, “¿quiero
decir, te parece que yo tengo una risa intrépida?”, me dije como nota mental, ya, esto lo compuse.
Ella nuevamente me enseño sus ojos radiantes azules, pero esta vez me acompaño con una mirada que abarco desde mi cabeza hasta mis
pies, que me hizo recordar lo sucio de mis zapatos.
Me dijo: “ah, pensé que eras más idiota”. Solo puede reírme,
ocultando esa pequeña sensación que en cada milésima de segundo que paso, aumentó
hasta llenar mi pecho y causar el cambio de irrigación sanguínea en mis
mejillas.
Capitulo 2