sábado, 17 de octubre de 2015

Historias para Desencantar C1

El Jardín
CAPITULO 1

Recuerdo,

Esa mañana desperté con algo diferente, una inexplicable sensación de bienestar, como si la alegría por fin hubiera decidido tocar a mi puerta y de forma insistente se hiciera pasar.  Desperté tan desigual, que me propuse ducharme y afeitarme luego de varias semanas de olvidar mi imagen en el espejo.

Decidí salir como todas las mañanas al jardín, pero sentía que esta vez era diferente, deseaba oler las rosas y contemplar las margaritas, que por esa época abrían sus retoños.   El jardín se encontraba tan solo a unas calles de mi piso, no hacía falta caminar mucho y estaba muy bien cuidado, sus caminos eran limpios, sus plantas florecían según la estación, en realidad era de las pocas cosas que podía no criticar de la municipalidad, ahora que lo pienso, tal vez por eso sentía que lo disfrutaba.

La entrada al jardín era sencilla, pero me parecía hermosa, si así se le pueden llamar a sus rejas altas, corroídas por el tiempo y la lluvia, ese metal entre oscuro, brillante, naranja.  Siempre me gustaba iniciar el recorrido por el final, donde menos bancas encontraba y también donde estaba seguro tendría que saludar a pocos visitantes, con mi “sonrisa” practicada una y otra vez. 

Ese día me pareció buena idea romper con mi rutina e iniciar el recorrido hacia las flores de la forma recomendada, por el camino que llamaban “el de la izquierda” y que se encontraba más cerca del invernadero.

A los pocos pasos fue inevitable repetir una y otra vez mi sonrisa de mañana, pero por raro que me pareciera, ese día no me molesto más de lo habitual.  A la distancia de unos cuantos metros ya pude divisar el techo del invernadero, era una pequeña cúpula de cristal, no tan limpia, pero que me anunciaba que ya pronto podría deleitarme con la elegancia de esas margaritas que solo hoy deseaba contemplar. 

Seguí mi marcha, apresure un poco el paso, ya me sentía en el lugar.  Pero, la vi.  Sentada en una de las tantas bancas del lugar, fumando un cigarrillo y leyendo un libro que parecía edición de bolsillo.  Su forma de estar me pareció diferente, podría asegurar que hasta sensual, entrecruzaba sus piernas, con su mano izquierda sosteniendo el pequeño libro y en la otra ese cigarrillo, que destilaba un aroma tan familiar, lo puede percibir, tan detestable a la vez.  Decidí reducir el paso, con la única intención de aspirar un poco más del humo y de pronto recordar las veces en que fumaba y fumaba sin detenerme, me di cuenta que ya debían ser más de 15 meses sin fumar. 

Cuando me acerque, ella y mi curiosidad no me dejaron opción, trate de observar la portada del pequeño libro y vaya sorpresa para mí, estaba al revés, ¿Qué? Me pregunte, pero pude entender entre mi andar desprevenido y mis ganas de pasar desapercibido las iniciales en tinta negra y muy grandes para esa pequeña hoja “R.V.” y en imprenta el nombre Charles Bukowski.  Mi anterior ¿Qué? Se acompañó inmediatamente de WoW, que interesante que esta chica lea a Bukowski, y más aún que pueda leerlo al revés.  Sin dudarlo salió de mi boca y sin advertencia una carcajada bastante prepotente y casi al instante me vi obligado a llevarme la mano a mis labios para contener mi burla descontrolada.  

Como era de esperarse, ella me miro, recuerdo que su ceja derecha rompió el equilibrio de su rostro y sus ojos azules brillaron con tal intensidad que mi risa se desvaneció automáticamente.  Me vi obligado a girar la cabeza y seguir en la línea del camino de ladrillo que recorría. 

Un par de pasos pude dar solamente y escuche su voz: “oye tú… el de la risa intrépida”. 

Me detuve, mi cuerpo giro para estar en perfecta diagonal con su cuerpo y otra vez esos ojos resplandecientes y azules, como robados de un letrero nocturno me miraron.  Estúpidamente respondí ¿yo?, como si estuviera lleno el jardín de hombres que se rieran frente a su banca.  

Ella consciente de mi estupidez cambio la posición de su ceja, para igualarlas y darle sombra a sus azules e iluminados ojos.  En ese momento y a la velocidad de la luz pensé, “idiota, mejor respuesta tendrías si te encontraran durmiendo ebrio en las escaleras de un convento”.  Y le dije, “¿quiero decir, te parece que yo tengo una risa intrépida?”, me dije como nota mental, ya, esto lo compuse.  

Ella nuevamente me enseño sus ojos radiantes azules, pero esta vez me acompaño con una mirada que abarco desde mi cabeza hasta mis pies, que me hizo recordar lo sucio de mis zapatos.  

Me dijo: “ah, pensé que eras más idiota”.  Solo puede reírme, ocultando esa pequeña sensación que en cada milésima de segundo que paso, aumentó hasta llenar mi pecho y causar el cambio de irrigación sanguínea en mis mejillas.      

Capitulo 2
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